lunes, 19 de octubre de 2009

Mami dice: mi hijo no toma mamila!!

Hace un rato estaba recordando el día que nació mi bebé y los días que pasé en la maternidad junto a él y a mi Sam.

La verdad es que yo siempre me he jactado de que mi hijo no tome mamila ni use chupón; y eso es desde que nació.

Recuerdo que despues de que le hicieran un chequeo y lo vistieran de recién nacido, me lo llevó una enfermera que me dijo: este niño tiene mucha habre, dele el pecho!
Inmediatamente me lo pegué al pecho, aun medio adormilada por la anestecia y sin saber muy bien como ponerlo, pero él inmediatamente se prendió de mi.
Ahi en la maternidad éramos aproximadamente 14 mamás y mi hijo era el único que tomaba pecho exclusivamente; cada que cambiaba el turno de enfermeras llegaba una diferente y me decía: ya le traigo la mamila para el bebé y yo muy orgullosa le respondía: Mi hijo no toma mamila!, él solo toma mi leche.

Si, ya sé, soy una presumida, egocéntrica, etc...

Pero una de las cosas que más me he sentido orgullosa en la vida es de tener leche para alimentar y nutrir a mi hijo...



Pd. les dejo una foto de mi bebé a los pocos minutos de haber nacido



Mami dice: Así soy

Soy de una especie que hasta hace algunos años no existía: mamá de profesión.

Así me considero yo y asi considero a algunas de mis amigas bloggers (ya que no todas son mamás).

Si bien hace algunos años las mujeres se quedaban más en casa para llevar las labores del hogar, desde mi punto de vista, la maternidad no era su prioridad, ellas eran amas de casa de profesión.

Lo importante era llevar bien la casa, tener todo limpio, las camas tendidas, la comida hecha, los trastes limpios, las camisas planchadas, el marido bien atendido, etc...

Y me miro a mi misma y para mí lo importante es que mi hijo tenga ropa limpia (claro, tambien mi esposo y yo, solo que el bebé se ensucia más, jeje) que se alimente bien, que juegue, que se divierta, que tenga limpio su pañal, que duerma bien, que descanse, que aprenda cosas, etc. Y las demás cosas pueden esperar.

Por supuesto que limpio, cocino, lavo y todo eso; pero yo en lugar de buscar un tiempo libre para estar con mi hijo, busco un tiempo libre para hacer esas cosas cotidianas.

En fin; a mi me hubiera gustado que mi madre jugara conmigo como yo juego con mi hijo; que me abrazara y besara hasta el cansancio, que fomentara la convivencia con mi papá en lugar de tener recelo; y un etcétera de cosas.

Tal vez mi vida hubiera sido distinta, tal vez no.

En fin; yo siento que hago bien en mi forma de criar a mi hijo, espero que cuando crezca no me diga lo contrario.

Les mando un beso y un abrazo a todas las mamis que dejan todo lo que tengan que hacer tan solo para admirar la sonrisa de su hijo, para arrullarlo si no puede dormir y a las que renuncian a todo frente a su hijo...

Rocío dice: Blogger!!!

Como se podrán dar cuenta hice algunos cambios en mi blog, pero para mi desgracia, me salió el chirrión por el palito (es decir, me resultó contraproducente) ya que la imagen que puse en la cabecera tan sólo era una prueba para ver como se veían las imágenes y ahora ya no puedo cambiarla.
Ya intenté mil veces con la herramienta de diseño, intenté modificar el código fuente y otras cosas más, y nada de nada....ya me desesperé.
Entré al grupo de ayuda de blogger y resulta que es bastante problemático este canijo Blogger, en fin...tendré que esperar a ver cuándo se le da la gana dejarme eliminar la imagen.

Saludos

viernes, 9 de octubre de 2009

Rocío dice: Nota mental

Nota mental: desconfía de todos






PD: me robaron mi celular, Gracias a Dios que fue solo eso

jueves, 8 de octubre de 2009

Mami dice: Sabias palabras..............

Carencia de maternaje y organización de dinámicas violentas


Personalmente creo que todas las formas de violencia, pasivas o activas, concretas o sutiles, se generan a partir de la falta de maternaje, es decir, a partir de la falta en la calidad de atención, calidez, amor, brazos, altruismo, generosidad, paciencia, comprensión, leche, cuerpo, mirada y sostén....recibidos –o no- desde el nacimiento y durante toda la infancia.

Desde el punto de vista del bebé, toda experiencia sin suficiente apoyo y sostén, es violenta. Porque actúa en detrimento de las necesidades básicas.

Sencillamente, un bebé pequeñito llega al mundo sin ninguna autonomía. Recién adquiere la capacidad de desplazarse por sus propios medios alrededor de los nueves meses, gracias al gateo. Y necesita alrededor de dos años para tener conciencia de su ser separado. Y luego precisará varios años para que pueda salir solo a la selva urbana. Necesita del adulto para sobrevivir. Por supuesto que requiere que se le procure alimento, higiene, calma y silencio para dormir. También sabemos que el niño necesita contención, calor, cercanía de otro cuerpo, leche, mirada, palabras y sobre todo alguien que haga de mediador entre él y el mundo externo. Si no recibe una calidad de atención acorde con sus necesidades básicas, esa falta la vive como violenta. Es la violencia del desamparo.

La realidad es que la mayoría de los bebés llegan al mundo sin una mamá o persona maternante capaces de sostener y fundirse en la inmensa necesidad de ser sostenidos y acariciados en forma permanente. En la actualidad, los bebes no reciben incondicionalmente lo que piden, porque siempre hay un adulto cerca para no estar de acuerdo y para tener una opinión al respecto.

Generalmente se trata de las mismas madres amorosas que entramos en contradicción con nuestros propios pensamientos. El asunto es que no es un período para pensar. Es un período para entrar en fusión emocional. No hay que buscar razones, ni elegir concienzudamente la mejor opción. No hay reglas a seguir ni consejos aplicables. En estos casos los niños quedan prisioneros de lógicas incomprensibles, alejados de los brazos de sus madres y solos.

Los bebés unánimemente explican una y otra vez a través de sus interminables y prístinos llantos, dónde está su lugar. El bebé que no está en contacto con el cuerpo de su madre, experimenta un inhóspito universo vacío que lo va alejando de su anhelo de bienestar que traía consigo desde el período en que vivía dentro del vientre amoroso de su madre. El bebé recién nacido no está preparado para un salto a la nada: a una cuna sin movimiento, sin olor, sin sonido, sin sensación de vida. Esta violenta separación de la díada causa más sufrimientos de lo que podemos imaginar y establece un sin sentido en el vínculo madre-niño. Cuando las expectativas naturales que traía el pequeño son traicionadas, aparece el desencanto, junto al miedo de ser nuevamente herido. Y después de muchas experiencias similares, brota algo tan doloroso para el alma como es el enojo, el miedo y la resignación.

Cuando ese ser tan pequeñito no se siente valioso ni bienvenido, se convertirá necesariamente en un ser humano sin confianza, sin espontaneidad y sin arraigo emocional. Todos los bebés son valiosos, pero sólo pueden saberlo por el modo en que son tratados. En los países “desarrollados”, las madres compramos libros con indicaciones sobre cómo atender a nuestros hijos, sobre cómo dejarlos llorar hasta que se duerman y cómo abandonarlos en el vacío emocional sin siquiera tocarlos. Las madres jóvenes desconfiamos de nuestra capacidad innata de criar a nuestros hijos, y desoímos los “motivos” que tienen los bebés para transmitir señales que son inconfundiblemente claras.

La noche en particular puede ser terrorífica para los niños al no percibir ningún movimiento. El “tiempo” aparece como un hecho doloroso y desgarrador si la madre no acude, a diferencia de las vivencias dentro del útero donde toda necesidad era satisfecha instantáneamente. Ahora la espera, duele. De hecho, los niños lloran hasta dormirse. Al despertar, finalmente encuentran confort en brazos de sus madres. Pero ya no confían, están atentos y se aferran con vigor a los pechos calientes. Los muerden, los lastiman. Tienen miedo. Y así, una y otra vez hasta que abandonan. El miedo los acompañará siempre, incluso en esos momentos en que están reconfortados. Porque saben que el silencio volverá en cualquier momento a devorarlos. Nunca más dejarán de estar alertas. No cuentan con nadie y el mundo es hostil.

Cuando nuestros hijos lloran o reclaman “más de lo normal”, creemos que se han constituido en enemigos que las madres debemos vencer. La idea básica alrededor de esta moda estima que satisfacer las necesidades de un bebé o niño pequeño los convierte en “malcriados”, aunque paradójicamente, obtenemos una y otra vez el resultado opuesto al esperado. De hecho, los bebés siguen siendo “demandantes”, se enferman, se accidentan y nos traen muchos dolores de cabeza.

En la medida que van creciendo, la psique se organiza adquiriendo ciertos mecanismos de supervivencia, para sufrir lo menos posible. Algunos de esos mecanismos son visibles, como los niños que pegan o muerden para sentirse valiosos; otros son invisibles, como los niños que suelen ser víctimas de otros niños, o los que se deprimen o pasan desapercibidos, o bien los que se enferman con demasiada frecuencia, logrando de ese modo obtener la mirada y la atención que siempre necesitaron.

En la medida que no estemos dispuestos a atender y satisfacer las necesidades naturales y legítimas de los niños pequeños, estamos induciendo a perpetuar las dinámicas violentas. Porque un niño no satisfecho, es un niño que insistirá por diferentes medios conquistar lo que necesitó genuinamente. Así crecerá, se convertirá en adolescente, en joven y en adulto: como un ser necesitado. Entonces golpeará a otros, robará, manipulará situaciones, se convertirá en víctima de otros, luchará por obtener lo que creerá imprescindible para su supervivencia emocional. Aunque habrá olvidado lo que siempre quiso pero no podrá conseguir, por más fuerte y poderoso que devenga: no podrá obtener más mamá.

Todas las formas de violencia que tanto nos preocupan, tienen un común denominador: la necesidad primaria no satisfecha. Cuando algo vital para la supervivencia emocional, no lo podemos incorporar, nos desesperamos. Y la desesperación por vivir, nos obliga a buscar modos de apropiarnos de lo que sea. Puede ser el deseo del otro, el cuerpo del otro, el prestigio del otro, o lo que sea que la conciencia perciba como alimento espiritual.

Por eso, si reconocemos nuestras propias limitaciones afectivas, nuestras incapacidades para reconocer el deseo del niño que es diferente al nuestro (y justamente por eso no lo toleramos); veremos que la dedicación, el altruismo y el tiempo de dedicación exclusiva hacia los niños pequeños, constituye la verdadera prevención contra todo tipo de violencias.

Los niños sostenidos, acariciados y respetados están en paz consigo mismos. No necesitan luchar por un territorio emocional, porque les sobra. No hay guerra interna o externa para librar. No les incumben las peleas. Los niños amparados y fusionados saben que obtendrán lo que necesitan. Esa es la experiencia cotidiana que repiten a cada instante y que conforman una rutina sin sobresaltos. Así se establece la seguridad interior y posiblemente ya no se mueva nunca más de las entrañas de esos seres. Sentirse seguros, amados, tenidos en cuenta, estables y con total confianza en ellos mismos y en los demás...será obviamente el tesoro más preciado para el despliegue de sus vidas.


Laura Gutman